AUTOR: Jorge Quispe
20 – 05 – 2022
COORDINACIÓN Y EDICIÓN WEB
CARLA HANNOVER
DISEÑO Y PROGRAMACIÓN
ENRIQUE CRUZ PUENTE
AUTOR: Jorge Quispe
20 – 05 – 2022
COORDINACIÓN Y EDICIÓN WEB:
CARLA HANNOVER
DISEÑO Y PROGRAMACIÓN:
ENRIQUE CRUZ PUENTE
Niños polleros, el otro eslabón de las avícolas ilegales en los Yungas
Felipe (13 años) es huérfano desde sus cuatro. Estudia en un colegio en Coroico, pero a la vez mantiene a sus dos abuelos que superan los 80 años de edad. Los fines de semana vende refresco de guarapo, pero cuando falta dinero pela pollos en una granja que le paga un boliviano con cincuenta centavos por unidad. El oficio es un secreto a voces en los Yungas donde avícolas en su mayoría ilegales contratan a niños por ser mano de obra barata vulnerando las leyes y sus derechos.
“Me contratan para pelar pollos y sacarles sus tripas… como la mollejita (buche)”, cuenta tímidamente Felipe (nombre ficticio). Él pretende cumplir con sus obligaciones escolares, pero muchas veces acaba cansado y mientras su profesor le alienta a no dejar las clases, su pequeño cuerpo le pide en algunas ocasiones descansar. No obstante hay poco tiempo, porque los fines de semana, debe salir también a vender frutas para ayudar a su abuelo de 87 y su abuela de 86 años.
En los Yungas, los municipios de Coroico, Chulumani, Yanacachi, Caranavi, Irupana y La Asunta son los mayores productores de pollo y como Felipe, otros trabajan por las madrugadas en el pelado de pollos. Un mundo donde existen cuatro especialidades: Unos, generalmente los adultos, introducen un cuchillo dentro del paladar para efectuar un corte hasta el cerebro, con esa técnica el animal se desangra y muere; luego ellos mismos meten los pollos en una olla con agua caliente para su remojo y desplumado; luego están los que extraen las vísceras de los animales, donde intervienen algunos niños y por último intervienen los niños polleros que en algunos casos vienen también con sus padres.
Desde las dos o tres de la madrugada y hasta las cinco, los niños peladores trabajan afanosamente para ganarle a los primeros rayos solares cuando llegan los camiones que llevarán estos animales frescos y limpios hasta los mercados paceños. “Una vez me pagaron setenta bolivianos y eso me sirvió para ayudar a mis abuelos”, refrenda Felipe cuya casa está además queda al lado de una granja avícola.
La existencia de los pequeños peladores de pollos es un eslabón más en la cadena avícola particularmente en los establecimientos clandestinos, según admiten granjeros, maestros y autoridades municipales. Ellos representan para los dueños de pollerías mano de obra barata y preciada porque al poseer manos pequeñas no dañan la piel de los pollos al sacar las plumas. La presentación de pollos limpios es vital para ganar más clientes.
Uno de los que confirma la presencia de niños polleros es el responsable de la Defensoría de la Niñez y Adolescencia (DNA) y el Sistema Legal Integral Municipal (SLIM) de Coroico, Iván Rodrigo Sillo Vargas, quien además confiesa que en su infancia también fue un pelador de gallinas.
“Sí, efectivamente en esos momentos no era tan habitual, pero era una manera de poder ganarnos algo ‘canchearnos’. Sí, sabemos ir a pelar pollos. Pelábamos desde las ocho, diez y once de la noche”, ratifica Sillo desde la oficina de la Defensoría a unos metros de la plaza principal de Coroico. No obstante, la autoridad recuerda que él no abandonó la escuela y que luego prosiguió con sus estudios académicos.
René Noya, maestro del colegio Félix Reyes Ortiz, de Coroico, confirma que algunas granjas avícolas contratan a los pequeños “los niños polleros son mano de obra barata”, añade el profesor desde el centenario establecimiento que formó generaciones de estudiantes coroiqueños desde 1916.
El responsable departamental de Sanidad Animal del Servicio Nacional de Sanidad Agropecuaria e Inocuidad Alimentaria (Senasag) La Paz, Marcelo Callisaya, admite que debido a las condiciones topográficas de los Yungas y de los lugares donde operan las granjas clandestinas, no pudieron hacer inspecciones en la madrugada, cuando se realiza el desplumado de las aves, no obstante insinuó que aquello no está fuera de ser cierto. “Es muy complicado llegar a estos lugares y puede que esto pase en las granjas ilegales clandestinas o hasta en las mismas registradas. Uno no sabe porque no hay un matadero registrado en los sectores donde hay producción avícola”.
“Yo los contrato”
A dos horas de la capital coroiqueña a orillas del río Coroico, hay granjas avícolas en las comunidades San Joaquín, Padilla, Puente Armas, Quenallata, Ch’alla y Santa Bárbara.
Allí, entre la espesura de los árboles y a una hora de caminata se encuentra la granja de Justino Q. o “El granjero Neymar” así se hace llamar el propietario de la avícola que no tiene, al menos no estaba visible, el registro del Senasag, cuyo letrero cuelga en otras avícolas legales.
En ese sector, un aviso da la bienvenida a los visitantes. “Prohibido el ingreso a personal no autorizado”. Un par de perros alertan la llegada de foráneos.
— “Buenos días. Vengo para saber si nos puede vender 300 pollos cada semana para llevar a La Paz” Se adelanta el extraño ante la mirada curiosa del dueño que luego se presenta como “El granjero Neymar”, el pollero que le hace competencia a las avícolas legales en Coroico. El hombre cuya vivienda tiene una antena parabólica es admirador del futbolista brasileño Neymar.
— “Usted me dice cuántas unidades quiere y esta madrugada las hago pelar y usted se las lleva mañana limpias a La Paz. Tengo unas que pesan dos kilos y otras de tres”, explica con soltura mientras enseña uno de sus tres galpones con centenares de pollos. Eso sí hace una alerta enfática ante una pregunta indiscreta del extraño. !“Está prohibido sacar fotografías!”
Justino vende el kilo de pollo a trece bolivianos, para que el interesado lo venda en quince o dieciséis en los mercados. El interesado le explica que desea comprar 300 pollos por semana, un pedido que a Justino no le asusta.
— “Depende si quieres pollo pelado o parado (vivos), porque yo tengo unos changos (niños) que pueden venir desde Caranavi, son cuatro y pelan arriba de 300 pollos por madrugada. Anoche, me lo han pelado 600. Yo les charlo, pero hay que darles su coquita, su cigarrito y su refresquito. Con todo eso, por dos bolivianos y 20 (centavos) te lo pelan”, abunda en detalles. El hombre tiene entre 600 pollos en un galpón y en otro 900, el tercero estaba vacío por las 600 unidades que ya comercializó. La granja avícola está ubicada a metros del río Coroico a donde echa las vísceras y las plumas en el caudaloso afluente.
Justino contrata y traslada a menores para que hagan ese trabajo desde las dos o tres de la madrugada hasta las cinco, particularmente los jueves, viernes y sábado, que son los días que salen centenares de pollos a los mercados.
Algo similar ocurre en Caranavi a orillas del río Yara, donde también funcionan avícolas legales y algunas ilegales confirman granjeros que piden mantener en reserva sus nombres.
Sillo, el responsable de la DFA y el SLIM de Coroico, defiende el trabajo de los niños en el entorno familiar protegido por las leyes. “La situación de nuestras familias yungueñas es compleja no solo en Coroico, porque muchas familias deben subsistir. Nosotros entendemos (el trabajo de niños peladores), pero siempre se debe resguardar el derecho a la educación”, insiste la autoridad.
En Chulumani, a 80 kilómetros de Coroico, donde existen avícolas y entre ellas algunas clandestinas, la presencia de niños en el pelado es también un secreto a voces. “Lamentablemente las unidades de trabajo son más unidades familiares (que trabajan con niños) para bajar los costos de producción”, sostiene Tapia, dirigente de la Asociación de Productores Avícolas de Chuluman (Apach) cuya asociación reivindica cumplir con todos los requisitos que pide el Senasag.
De acuerdo con datos de la Asociación Municipal Única Productores Avícolas de Coroico (AMUPAC) hay unas 500 granjas avícolas en esa región y 150 son ilegales. Tapia, dirigente de la Apach, da cuenta que en esa zona yungueña hay 80 granjas de las que al menos 15 son clandestinas. No se sabe cuántas avícolas hay en Caranavi y también se desconoce el número de ilegales. No obstante, el responsable departamental de Sanidad Animal del Senasag La Paz, Marcelo Callisaya, informa que en los Yungas funcionan 353 avícolas legales, pero se desconoce la cifra de las ilegales.
Según algunas estimaciones de los dueños las granjas legales en cada una de las ilegales puede llegan a contratar hasta cuatro niños por madrugada, por lo que en las 150 trabajarían más de 400 niños en Coroico y en las 15 ilegales de Chulumani otros 60. La mayoría son menores de 14 años, pero también hay otros de 15 y 16 confían algunos granjeros.
Felipe, el coroiqueño de 13 años, vende frutas los fines de semana, pero si su vecino granjero le pide ayuda para pelar pollos, confirma que no dudará en ir, porque debe ayudar a sus abuelos aunque aquello signifique ir cansado o dormirse en clases.
SIGUIENTE CAPÍTULO