Ñembi Guasu, marcada a fuego de la cabeza a los pies
TEXTO, VIDEOS Y ELEMENTOS MULTIMEDIA
GABRIEL DÍEZ LACUNZA
24 – 06 – 2022
DISEÑO
LOREN CARRI H.
EDICIÓN Y COORDINACIÓN GENERAL
CARLA HANNOVER
PROGRAMACIÓN
ENRIQUE CRUZ PUENTE
TEXTO, VIDEOS Y ELEMENTO MULTIMEDIA
GABRIEL DÍEZ LACUNZA
24 – 06 – 2022
DISEÑO:
LOREN CARRI H.
EDICIÓN Y COORDINACIÓN GENERAL:
CARLA HANNOVER
PROGRAMACIÓN:
ENRIQUE CRUZ PUENTE
Las cicatrices aún son visibles. Por donde uno mire hay al menos un paciente convaleciente con la piel marcada por el tizne y surcada por el calor o con la cabeza casi rapada del todo mostrando unos cuantos cabellos verdes que apenas vuelven a crecer. Me llama la atención el color de la tierra al pie de estos personajes altos, flacos, deshojados y secos, es muy negra. Les pregunto a quienes me acompañan, quizá al extremo de la candidez, el por qué de esa tonalidad. Me dicen que lo que veo no es tierra, es ceniza y restos de la vegetación muerta que se quemó en el megaincendio de 2019 y en el de 2021. Estamos en Ñembi Guasu, en el chaco boliviano.
A tres años de haberse consolidado como área de conservación e importancia ecológica, una cuarta parte de Ñembi Guasu ya está marcada, dañada. En el primer incendio la severidad de lo quemado fue alta en un 77%, moderada-alta (13%), moderada (8%) y baja (2%) según la investigación Aportes a la evaluación de severidad de quemas en la Chiquitina. Incendios 2019: integrando tres estudios de caso. Alta Vista, Laguna Marfil y Ñembi Guasu. En 2021 hubo mucha área que se volvió a quemar porque se había convertido en combustible potente al ser madera gruesa, según la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN).
“De cada 100 árboles por hectárea, entre 70 y 90 estaban muertos luego de 2019”, cuenta el subgerente de Proyectos de la FAN, Daniel Villarroel. Esa magnitud del fuego —añade— no se había visto en más de 20 años en la parte oriental y de tierras bajas de Santa Cruz.
Megaincendio de 2019.
Lo peor de todo, dicen los entrevistados, es que existe la posibilidad de que vuelva a ocurrir. “Siempre va a correr el peligro de los incendios forestales. Hay bastante combustible”, comenta el guardaparque Folker Taseo. Lleva poco tiempo en el cargo en esta área de conservación, pero tiene experiencia de 17 años cuidando la naturaleza en Tucabaca. Y el combustible al que se refiere es la vegetación rica en aceites y ceras, los ecosistemas secos y los restos de anteriores incendios.
¿Desde dónde llegó el fuego?
Desde arriba. Desde Roboré y San José de Chiquitos, los municipios colindantes con Charagua, el municipio autónomo indígena que alberga a este ecosistema de transición entre el bosque chiquitano, al norte; el parque Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (PN-ANMI) Kaa Iya del Gran Chaco, al oeste y el PN-ANMI Otuquis, hacia el este. Justamente Otuquis fue otra de las áreas que fue muy afectada por los incendios de los últimos años registrando un 30% de su superficie con daños directos, según el Plan de recuperación que presentaron la Gobernación de Santa Cruz y el Gobierno nacional en 2020. En ese plan se formularon 20 estrategias y 82 proyectos para restablecer, recuperar y restaurar las áreas dañadas por los incendios en ese departamento.
Respecto a este documento, la Fundación Solón publicó el 24 de agosto de 2020 un artículo sopesando sus alcances reales. “En la medida en que no se analice y busque cambiar el modelo depredador del agronegocio, este Plan de Recuperación será sin duda uno más de muchos”, se lee en una publicación disponible en su sitio web.
Ecocidio
Lo que sucedió en Bolivia en 2019 llegó hasta el Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza. La sentencia del caso conocido como “Chiquitania, Chaco y Amazonia vs. Estado Plurinacional de Bolivia” fue leída el 20 de agosto de 2020. Se determinó que hubo ecocidio “provocado por la política de Estado y el agronegocio”. El Tribunal identificó como autores y perpetradores a los gobiernos de Evo Morales y Jeanine Áñez, autoridades de las gobernaciones de Santa Cruz y Beni, a la Autoridad de Fiscalización y Control de Bosques y Tierra, a autoridades del Instituto Nacional de Reforma Agraria, a asambleístas nacionales, a autoridades del Órgano Judicial, del Tribunal Agroambiental y de la Fiscalía del Estado y a empresarios del sector agroindustrial y ganadero.
“Llama la atención la afectación a Ñembi Guasu, declarada como área protegida por el gobierno indígena Charagua-Iyambae y que forma parte de los circuitos territoriales de trashumancia del pueblo ayoreo en situación de aislamiento voluntario”, se lee en parte de la sentencia.
Acciones de restauración
Para Ñembi Guasu, el Otuquis y la Unidad de Conservación de Patrimonio Natural y Área Protegida Municipal Tucabaca se planteó, en octubre de 2021, acciones de “restauración activa” por ser de “prioridad alta”, en el documento Actualización de las áreas prioritarias de restauración bajo un enfoque de seguridad hídrica y de contribución a la NDC de la Gobernación de Santa Cruz. Villarroel coincide con la necesidad de restauración activa en la zona. Pero en la práctica es algo complejo.
Para pensar en una restauración real deben existir condiciones apropiadas. Lo cierto es que esta área está bastante presionada por el factor humano, explica el director de Áreas Protegidas del Gobierno Autónomo Indígena Originario Campesino Charagua Iyambae, José Ávila Vera. Si no es el fuego que llega desde la Chiquitanía, son las actividades de desmonte y asentamientos dentro de esta zona las que la colocan en riesgo permanente. Un nuevo incendio, coinciden los investigadores, sería prácticamente devastador. El biólogo Marco Aurelio Pinto prevé y lamenta, apoyado en investigaciones propias, que Ñembi Guasu podría arder al menos un par de veces más. ¿Podemos evitarlo?
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